El caso del loro que hablaba demasiado by Jordi Sierra i Fabra

El caso del loro que hablaba demasiado by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2011-02-28T16:00:00+00:00


19

Estaba claro que no iba a poder subirme a la moto para irme, porque nada más guardar el móvil y cuando me disponía a seguir el ritual, casco, encendido, etc., un hombre se plantó delante de mí con cara de jugador de póquer, esto es, expresión inalterable, ojos fríos con las persianas a media asta, labios rectos, nula simpatía, rostro ceniciento y nariz de boxeador, es decir, rota y con un leve giro a la derecha.

—Señorita Mir.

—Sí.

—Quieren verla, por favor —señaló la esquina.

El coche era otro Audi, negro, impecable, caro. Como si todas las personas antipáticas, de pronto, llevaran esa marca, del mismo modo que hace años se decía que los ejecutivos agresivos preferían los BMW, los nuevos ricos los Mercedes y los cincuentones progres hijos de los sesenta se decantaban por los Porsche.

—¿Quién quiere verme? —Me estremecí.

¿Iban a secuestrarme allí, delante de mi casa, a plena luz?

—El señor Andrade.

Supongo que hay muchas formas de recibir un golpe, al margen de cómo se encaje. Yo lo recibí como una patada. Si hubiera sido un hombre me habría dolido donde más les duele. Como era una mujer, me dolió el pecho.

—No voy a meterme en ese coche —le dije al gorila.

Ni me contestó. Siguió con el brazo extendido y la mano abierta, indicándome el camino que debía seguir. El único camino posible según su cuadriculada mente.

—Tengo un despacho para las reuniones —traté de insistir.

Logré que hablara de nuevo.

—Le conviene ir, se lo aseguro.

—¿Y si me niego?

—Será peor.

Eso sí era una amenaza.

—Voy a gritar, o a echar a correr.

—Es una tontería y lo sabe. Hablar no hace daño. Comportarse como una niña estúpida, sí. Si quiere jugar en primera división, juegue bien. No pensará que va a pasarle algo, ¿verdad?

No tenía escape.

Y de todas formas…

Andrade en mi casa. Alucinante.

¿Jugar en primera división?

Tomé la iniciativa. No quería que el boxeador me pusiera la mano encima. Caminé hasta el coche, y antes de llegar a él la puerta trasera se abrió. Me asomé y vi a un hombre con cara de pocos amigos, sesentón, cabello corto y bien peinado, traje caro, camisa a rayitas azules, corbata a juego. Aun en la penumbra del interior, sus zapatos negros brillaban como si tuvieran luz propia. Una pierna cabalgaba sobre la otra. Las manos en el regazo. El gorila se quedó fuera, como una estatua.

Yo me senté al lado del abogado, pero dejé la puerta abierta, por si tenía que salir pitando.

Los ojos de José María Andrade me escrutaron.

Su voz fue aséptica.

—Una niña.

—Casi —no me dejé amilanar.

—Creo que empiezo a comprender tu juego —me tuteó.

—No es un juego, señor Andrade —saqué todo mi aplomo de donde no lo tenía y decidí mostrarme valiente, porque era lo único de que disponía para hacerle frente.

—¿Me tomas por idiota, niña? ¿Crees que me chupo el dedo?

—No sé lo que usted se…

—Berta Mir —no me dejó terminar mi refinada réplica—. Hija de Cristóbal Mir y Cristina Roca. Padres separados. Ella nada menos que con Ramiro Crussat, alto standing. Él inválido desde hace un par de meses.



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